El vino es “un compañero”, una persona muy especial que madura en reposo y que no ofende a nadie a no ser que sea muy insistente.
Quien aprecie una buena comida no puede dejar de acompañarla con un buen vino. Los dos son el matrimonio perfecto de la gastronomía.
Según mi humilde criterio, se deben unir sabores con colores. Es decir, ningún sabor (del vino o de la comida) debe tapar al otro. Sabores delicados deben ser acompañados por bebidas de iguales características y así equilibrar el encuentro. Nadie compite y los dos se destacan por igual.
No obstante y a nivel general el orden para servir los vinos en la mesa quedaría de la siguiente manera: en primer lugar los vinos blancos secos, después los rosados, los tintos ligeros, los tintos con cuerpo y por último, los blancos semidulces o dulces. Los vinos espumosos, como
champang, cavas, etc…, dan una mayor satisfacción con el inicio de la comida que en el final de la misma.
Si únicamente se sirviera un vino, éste corresponderá al del plato principal.
El consumo de vino debe de ser moderado.
(Ramón Sánchez, Gerente).